Hay días en que te levantas melancólico y te da por recordar cosas del pasado. Por ejemplo, de tu adolescencia, que si eres más o menos de mi quinta, te pillaría en la década de los 90. Algunas las echas verdaderamente de menos, como aquellos larguísimos veranos de la época escolar: tres meses sin preocuparte absolutamente de nada (a no ser que te hubiera quedado alguna para septiembre, claro). Otras, casi que prefieres que no vuelvan, como las hombreras.
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