Seguimos con el relato de los miembros del equipo Goat Way Team, que están realizando el Mongol Rally, «la aventura solidaria más grande del mundo». Goat Way Team cuenta con el apoyo de BEEP. Reemprendemos la narración en el punto en que la dejamos el pasado sábado.
«No me malinterpreteis, fue maravilloso compartir esos días con los chicos Yeti, pero todo sea dicho, su coche era 15 años más joven que nuestra patata y su conducción era propia de un LandCruiser por esas horrorosas carreteras kazakhas. La velocidad en esos caminitos pasa factura. Tuvimos un llantazo, un pinchazo y la amortiguación trasera se salió del soporte. A todo esto, hay que añadirle que el motor se calentaba muchísimo, problema que nos acompaña desde el minuto 1, cuando salimos de Barcelona».
«Les seguimos el ritmo desde Astrakhan hasta el Mar de Aral. Acampamos con ellos donde un día hubo agua, y ahora había un áspero desierto cubierto de sal y barcos oxidados. Nos separamos de ellos, deseándoles toda la suerte del mundo, para seguir a un ritmo más lento y adecuado para el viejo y torpe Seat. Menos de 200 kilómetros después de despedirnos, cerca de la ciudad uzbeka de Nukus, empezó una tensa cuenta atrás. Era mediodía y, bajo los 40ºC del desierto, el coche se estaba sobrecalentando muchísimo. Paramos, abrimos el capó y cortamos un poco de sandía. No podíamos seguir así. Muy despacio, volvimos sobre nuestros pasos hacia Nukus y entramos en el primer taller mecánico que vimos. Una veintena de curiosos se acercaron al taller para ver el coche. El mecánico se puso manos a la obra y, con un vistazo, tuvo localizado el problema… y ya lo estaba reparando. Sacó el termostato que se suponía causaba el sobrecalentamiento, pero además nos dijo que la junta de la culata estaba un poco mal y era cuestión de tiempo que se rompiese y que nos quedásemos tirados. Vino un hombre con tres botellas de agua fresca para nosotros y Hazam, nuestro ángel de la guarda, se fue con uno de nosotros a comprar una SIM para llamar a un amigo suyo en la capital que hablaba inglés y que nos traducía todo lo que sucedía. La primera llamada nos alarmó bastante. Temur, el hombre que hablaba inglés, nos advirtió que los mecánicos posiblemente intentarían estafarnos, reparando mal el coche para que desistiéramos y lo abandonásemos allí, para quedarse ellos con piezas que les interesasen. No nos causaron esta impresión, así que confiamos que solucionarían nuestro problema. Encargamos a un mecánico de otro pueblo una junta para nuestra culata, que nos hizo a medida. Pero, incluso después de montarla, el coche seguía calentándose mucho. El mecánico nos pedía más de 100 dólares por un reparación que no solucionaba nuestro problema, así que pagamos al estafador con su misma moneda. Un trueque con algunas de nuestras cosas cubriría el importe: una tienda del Decathlon de 25 euros y una colonia del Mercadona de cinco euros cubrían de sobra el valor del mal trabajo que había hecho».
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