El calor acogedor de la calefacción le golpea en las mejillas cuando abre la puerta del local, e impaciente, se sienta en la resguardada mesa del rincón, donde, con cuidado, libera a su cuello de la carga de la cámara. Desenfunda con cuidado sus helados dedos y guarda los guantes en el abrigo mientras la enciende para repasar las mejores imágenes de la jornada. Su curiosidad no tarda en pasarle factura: fotos quemadas, subexpuestas, y una nieve que poco tiene de blanca.
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